sábado, 5 de julio de 2008

9 EL PRACTICANTE


9 EL PRACTICANTE
El practicante fue el tremendo esperpento de dolor e impotencia de nuestra infancia. Parecía de la familia, pues de tantas idas y venidas era como de casa. En aquellos años, el médico recetaba inyecciones a todo el mundo, por un “quítame de ahí las pajas”, ya fuera gripe, catarro, anemia, dolor de cabeza, reuma, o cualquier otra dolencia. ¡Ahí va! Inyecciones al canto. Una caja con la funesta inscripción “Contiene doce Inyectables”. Es decir; doce visitas del practicante, doce sablazos en las nalgas y doce desazones perdurables por veinticuatro horas. ¡Y las vitaminas! – ¡bueno, aquello a todo pasto! -Está muy delgado–, –ahora está en la edad de crecer–, –para los catarros es muy buena la vitamina C–, –no hay nada como las inyecciones de calcio–.
Me da la impresión de que no se habían inventado los comprimidos, pastillas o jarabes. Solamente supositorios y en el mayor de los casos inyecciones a todo pasto.-Estaban en boga–.
¡Ah! y también unas píldoras que no recuerdo su utilidad, de un tamaño enorme. Similares a una pequeña cajita circular de cartoncillo blanco; como para un caballo. Imposibles de tragar, eran más grandes que el diámetro del esófago, después de empujarlas con varios vasos de agua conseguías que pasaran al estómago, produciéndote una angustia y un ahogo que el rostro se ponía morado por falta de oxígeno.
En cuanto a los supositorios; si la prescripción era administrarlos al acostarse, no pegabas ojo en varias horas, debido a la quemazón; eso si que era un martirio y no “el chino”.
Pero las inyecciones se convertían el terror infantil por excelencia.
Producía temor nada más ver entrar por la puerta al practicante, el pánico se convertía en pavor cuando empezaba el ritual de abrir aquella caja metálica conteniendo agujas de diferentes calibres y una jeringa de cristal que al mirarla con rabillo del ojo te producía el espanto más penetrante que se pueda uno imaginar. Pero lo que se dice el terror era al ver como llenaba la tapadera con alcohol, le prendía fuego y después hervía en la caja metálica la jeringuilla con las agujas, como si fuera ritual de brujería.
Seguidamente y con mucha calma el practicante rompía la ampolla valiéndose de una sierra que contenía la caja de los inyectables, cargando con el líquido la jeringa e insertándole después la tremenda aguja. Inmediatamente el enfermero empujaba el émbolo y hacia salir un chorrito de liquido; ahí era cuando te entraba el verdadero pavor, el sanitario giraba hacia ti con mirada penetrante, los músculos de todo el cuerpo se tensaban. Al menos se necesitaban dos personas para sujetarte y la huida era imposible, primero te sacudía un cachete en la nalga con el ánimo de distraerte, pero con toda la imposibilidad de defensa, sentías una aguda estocada en toda regla, pero todavía más dolía la recepción del líquido y el herido orgullo; la inyección, se prolongaba eternamente hasta que finalmente te soltaban diciendo cínicamente. – ¿A que no te ha dolido?–
Cierto día vi venir al practicante calle "Alarcón" arriba y recurriendo a mi capacidad de rebeldía, eché a correr como alma que lleva el diablo, regresé a casa cuando el hambre pudo conmigo, imaginaros el disgusto y el rapapolvo de mis padres.
Este personaje del pasado, hoy lo recuerdo no sin juzgar con el sentimiento de impotencia, por no poder haberme librado de aquel terror.

Ese mundo no es el mío:
es el tuyo: el que en tus pupilas
hundido está desde siempre
y no lo alcanza mi vista.
A ese mundo quisiera entrar,
antes que suene la hora
- ay - de mi vida.de Agustín García Calvo

1 comentario:

Felipe García Fraile dijo...

Ya afirmé en el prólogo mi precariedad para acometer esta aventura de escribir, Por eso estoy agradecido por los dos comentarios, pues el don magnífico de la palabra además de recibirlo hay que aprenderlo y saber la combinación de voces que constituyen el lenguaje; la palabra se expresa, se oye, vuela y se pierde en el espacio, no así en la escritura que perdura y se archiva a través del tiempo; para acometer esta empresa hay que tener una experiencia que humildemente reconozco carecer.
Pido disculpas a los humanistas, intentaré reflejar recuerdos míos para ofrecérselos a una mayoría de personas que sientan alguna estima por mi.
Reitero: ¡GRACIAS!