miércoles, 11 de mayo de 2011

20 EL MUNDO QUE YA NO VIVO







20 EL MUNDO QUE YA NO VIVO
––A veces cierro los ojos y me traslado al mundo de mi infancia, es entonces, cuando imagino que abrazo a mi madre y a mi padre, a mi hermano, a mis abuelos, a mis tíos…
Aquel mundo maravilloso, saturado de imágenes y, que a pesar del racionamiento, vivíamos felices sujetos a la realidad de aquella época de posguerra.
En el transcurso de los años cuarenta y hasta el cincuenta y cinco del siglo pasado (fin de la posguerra), en España escaseaban los alimentos y predominaba el frío, el eterno frío dentro de las casas. El gobierno controlaba la distribución de los productos, asignando a cada uno, cierta cantidad de los víveres básicos, que había que recoger en los ultramarinos sujetos al control de la administración; a cambio de los cupones impresos en la cartilla de racionamiento.
No me referiré a la controvertida “Cartilla del racionamiento”, puesto que mis coetáneos, la conocen sobradamente, y para los que no lo son, existe información, creo yo, suficientemente difundida.
Pero a pesar de los avatares de aquel tiempo (no era la sociedad ideal), nunca olvidaré el tipismo de entonces, cosa que a costa de la evolución social, se ha conseguido desarraigar.
Uno de los personajes característicos de entonces, era “El Melonero”. Plantaba su puesto de melones en plena calle, las sandías y melones amontonados a pleno sol, protegiéndolos de noche con una lona y vigilándolos para evitar que se los despabilaran.
Muy bien recuerdo a uno de ellos; –“Manolón”, que emplazaba su rincón junto al “Caño Mamarón”, – ¡allí! –Cerca del paseo Carmelitas.
Era un hombre bonachón, grandote y cordial; ataviado con pantalón azul de peto y culera zurcida. Vendía su mercancía a “cala”, cosa que garantizaba la calidad de la pieza. La cala, era una técnica, que consistía en darle un corte a la sandía, por el que se podía comprobar su índice de madurez. Otros meloneros, en lugar del corte, sacaban una muestra en forma de pirámide y así exponer el esplendor frutal. – ¡A cala! –Gritaba Manolón con su potente vozarrón. El personal, con el melón bajo brazo, subía el camino viejo, hacia el yantar, soportando el justiciero sol, hasta llegar a casa portando el postre estival; no sin antes, visitar el bar “El Granero”, donde caían varios “medios” de tintorro, ¡Como minúsculo aperitivo!
Recuerdo también a ciertos vendedores de baratillos que ocupaban los alrededores del Mercado Central, apodados “Los Tiraos”. El "nombrecito" venía de que muchos de los puestos exhibían su mercancía literalmente tirada en el suelo. Había de todo: Cacharros de barro, juguetes de hojalata, navajas con cachas de madera, pertrechos de campo, cencerros, garrotes para arrear la vacada, candiles de aceite y un etc. Interminable.
Llegado diciembre, aumentaban los tenderetes, incorporando zambombas, panderetas, braseros de "cisco" y jaliscos¹, a la vera de los pavos, arreados por los paveros con su eterno blusón gris, que le recubrían las rodillas, para disimular el “siete” de los pantalones de pana. Y también las “turroneras” de la Alberca, que aún hoy, siguen apareciendo anunciando la Navidad
Todo muy parecido a lo que vemos hoy en el rastro, pero con sabor propio de la época, excluyendo lo soez y lo cutre.







1: Pirulí de azúcar caramelizada, precursor del Chupa Chups.





No es infantil escribir sobre la infancia
Ana María Matute