sábado, 28 de julio de 2018

42 JUANITO EL MORO




Juanito “El moro” 

Hubo en un pueblecito de La Armuña, allá por los tiempos de Mari Castaña, un paisano llamado Juan, al que todo el mundo en el lugar, apodaban “el moro”, atribuido seguramente al aspecto que le aportaba su tez quemada por el sol de justicia, reinante en la meseta por los meses de verano. Aparte de su genética, descendiente a ciencia cierta de algún agareno. 

Felipa, era una convecina suya propia del poblado. 
“La Felipa”, que al parecer era una fresca y un pendonazo, continuamente se pitorreaba de él, llamándole con mofa melódica y monocorde. ¡Juanito El Moro! ¡Juanito El Moooro! 

Juanito, harto de tanta burla, torciendo el gesto, le contestaba acaloradamente. ¡Felipa pu! ¡Felipa pu! ¡Felipa pu!  
Alejándose cabreado y raudo hacia las labores agrícolas cotidianas.
El hombrito, no quería pecar con palabras malsonantes, puesto que a la sazón, el clero consideraba pecado todo lo que sobresaliera de lo dictado por ellos y, el cura estaba al acecho.

Por eso, no se atrevía a decir “puta” sino, “pu”

Por aquel tiempo, era muy popular llamar a la gente por el mote:

“El Piriri” “el tío Quitolis”, “Zuli Zuli”, “el Codín” “Celerino el Porquero” “el Ranero”, “el Miserias”, “el Gelillo”, “el Cuco”, “el tío Cunisán”, “el Chaquetilla, “Pocarropa”, “Manolo El Rock”, “Juanito Lavandero”, “el Cato”, “el Maera”, “el Lamparilla”,  “el Traga”, “el Cala”, “el Retra, “el Fullique”, “el Gallina, "el Burricaina”, “ el Hollín”, “el Chicharro”, “el Portu”, “El gato”, “El Sardina”, “el Piyo” (de pillo), “Pichote legañoso”,  y así podría enumerar hasta el aburrimiento.

41 EL VENDEDOOR DE OBLEAS Y OTROS




Las obleas del tío Foro 


Era el “tío Foro”, un sujeto enjuto y bastante entrado en años, 

— ¡O sea, más viejo que la mojama!
Seguramente como los ingresos monetarios no le daban para muchas florituras, probablemente invadido por el hambre, la miseria y la precaria pensión de vejez, cosa típica y marginal en los años de la posguerra; se dedicaba el pobre vetusto, al oficio de vendedor ambulante de “obleas”.
Cubierta de boina la cabeza y armado con una cesta de mimbre con asa. — (¡De aquellas de antes, usadas también por las churreras! Cestas que vosotros seguramente no conoceréis, por lo arcaicas). 
¡Hay “oleas”!, pregonaba a grito “pelao”, por las calles de los barrios.
—No se había enterado que se llamaban “obleas”.  
Cierto día viajaba el vejete en el autobús urbano, sentado junto a una ventanilla. De repente, le sobrevino un instantáneo acceso de rara tos; fue tal el espasmo, que sacudió un fuerte y denso “lapo” sobre el cristal de la ventana, creyendo que esta estaba abierta, ya que su intención era echarlo fuera. 
¡Le tocara a quien le tocara

Eso de la venta ambulante se prohibió hace años, con el avance social y por carecer de controles sanitarios. 

Por aquellos tiempos, no había necesidad de ir al circo para ver espectáculos. Ocurrían continuamente en la calle.

Eran muchos los vendedores callejeros que utilizaban cestas: Barquilleros,  churreras, piperos, carameleros, etc.
No digo golosinas, porque entonces, no existían como ahora. Solamente teníamos los caramelos, los pirulís, las bolas de anís, con las que te podías ahogar en un verbo, también el chicle de Bazoka, los palos de regaliz, y para de contar.
No se habían inventado el chupa chups, ni las gominolas, ni nada del gran surtido que tenéis ahora, aunque tarde, han descubierto que por la cantidad de azúcares y aditivos que contienen, pueden ser muy perjudiciales para la salud. 
Más vale saberlo tarde, que nunca.
Pero la realidad es que todos esos oficios se han perdido.
Por suerte todo se ha modernizado. La sociedad ha avanzado, en muchas cosas  para nuestro bienestar. 
Pero queda la nostalgia de aquel convivir tranquilo y cotidiano, sin prisas, sin tráfico ni atascos y sin stress. Sin ruidos que camuflaran el canto del vencejo anunciando el buen tiempo.
Solamente el lejano sonido de las campanas, llamando a los fieles. 

Ya no existen las labores callejeras, como la del paragüero, o el colchonero arreglando y vareando colchones de lana en la calle.
El afilador empujando su carrito, haciendo sonar el chiflo con bonita melodía. 
El vendedor de zambombas navideñas, de fabricación casera, a base de botes de conserva viejos o recogidos en la basura; adornados con papel de seda coloreado y una banderita decorando la pajita. 
El pavero, en Navidad vestido de típico blusón gris, arreando una piara de pavos, para que las madres y abuelas los sacrificaran, después de haberlos emborrachado con “coñac” y festejar la cena de Nochebuena, 
Las lavanderas, con el cesto de ropa a la cabeza.
Las peceras, pregonando —¡Compren peces vivitooos!
El basurero, con su carro tirado por una mula.
El heladero anclado al carrito encapotado.
—¡Hay helados oiga
El sereno equipado de un chuzo, vestido con viejo gabán, con ajada gorra visera de segunda mano sobre la cabeza (seguramente habría sido de algún guardia municipal). 
Y también el panadero montado en un caballo provisto de unos serones repletos de panes.
Así mismo ha desaparecido el “lañaero estañaor”, dedicado a reparar perolas, cazuelas y utensilios de cocina, a base de soldadura con estaño. Así como su pariente, el silletero, reparando sillas en la calle. Eran los quincalleros. (Quinquis)
También en las cafeterías de postín, estaba el cerillero, o vendedor de tabaco, casi siempre al estraperlo.
El lechero, era muy típico, ¡de madrugada voceaba.
— ¡Lecheroooo! El gracioso de turno, le contestaba. 
—¡Lechero, me cago en la leche!
La churrera con vocecita chillona. ¡Churreeeeira! 
—¡Y que me decís del botijero extremeño ¡
¡Con voz estentórea y acento regional ¡
¡Cántaro, “Botijgo”! — ¡Botijo finoooo!

Tampoco escuchamos a las operadoras de telefónica o telefonistas. Para llamar a otra provincia había que ponerse en contacto con la operadora de la Telefónica Nacional de España y solicitar la llamada al 009. — ¡Conferencias, buenos días!
Hablaban con un aprendido y raro “tonillo”, como si tuvieran unas pinzas taponándole la nariz y voz gangosa, notificando: 
—¡Su conferencia con Santander, tiene una demora de dos horas!
—¡Ajo y agua!
Posiblemente las habrían instruido con un cursillo y quedaron todas clonadas.
Jamás imaginaron el avance tecnológico, con la llegada de los móviles. Si le llegan a anunciar la llegada del Smartphone, les hubiera dado “el miserere”
¡Ah! Tampoco está el mielero,  pregonando:
    ¡Mielero Mieeel!