Las obleas del tío Foro
Era
el “tío Foro”, un sujeto enjuto y bastante entrado en años,
—
¡O sea, más viejo que la mojama!
Seguramente
como los ingresos monetarios no le daban para muchas florituras, probablemente invadido
por el hambre, la miseria y la precaria pensión de vejez, cosa típica y
marginal en los años de la posguerra; se dedicaba el pobre vetusto, al oficio
de vendedor ambulante de “obleas”.
Cubierta
de boina la cabeza y armado con una cesta de mimbre con asa. — (¡De aquellas de
antes, usadas también por las churreras! Cestas que vosotros seguramente no
conoceréis, por lo arcaicas).
¡Hay
“oleas”!, pregonaba a grito “pelao”, por las calles de los barrios.
—No
se había enterado que se llamaban “obleas”.
Cierto
día viajaba el vejete en el autobús urbano, sentado junto a una ventanilla. De
repente, le sobrevino un instantáneo acceso de rara tos; fue tal el espasmo, que
sacudió un fuerte y denso “lapo” sobre el cristal de la ventana, creyendo que
esta estaba abierta, ya que su intención era echarlo fuera.
¡Le
tocara a quien le tocara!
Eso
de la venta ambulante se prohibió hace años, con el avance social y por carecer
de controles sanitarios.
Por
aquellos tiempos, no había necesidad de ir al circo para ver espectáculos. Ocurrían
continuamente en la calle.
Eran
muchos los vendedores callejeros que utilizaban cestas: Barquilleros, churreras, piperos, carameleros, etc.
No
digo golosinas, porque entonces, no existían como ahora. Solamente teníamos los
caramelos, los pirulís, las bolas de anís, con las que te podías ahogar en un
verbo, también el chicle de Bazoka, los palos de regaliz, y para de contar.
No
se habían inventado el chupa chups, ni las gominolas, ni nada del gran surtido
que tenéis ahora, aunque tarde, han descubierto que por la cantidad de azúcares
y aditivos que contienen, pueden ser muy perjudiciales para la salud.
Más
vale saberlo tarde, que nunca.
Pero
la realidad es que todos esos oficios se han perdido.
Por
suerte todo se ha modernizado. La sociedad ha avanzado, en muchas cosas para nuestro bienestar.
Pero
queda la nostalgia de aquel convivir tranquilo y cotidiano, sin prisas, sin tráfico
ni atascos y sin stress. Sin ruidos que camuflaran el canto del vencejo
anunciando el buen tiempo.
Solamente
el lejano sonido de las campanas, llamando a los fieles.
Ya
no existen las labores callejeras, como la del paragüero, o el colchonero
arreglando y vareando colchones de lana en la calle.
El
afilador empujando su carrito, haciendo sonar el chiflo con bonita melodía.
El
vendedor de zambombas navideñas, de fabricación casera, a base de botes de
conserva viejos o recogidos en la basura; adornados con papel de seda coloreado
y una banderita decorando la pajita.
El
pavero, en Navidad vestido de típico blusón gris, arreando una piara de pavos,
para que las madres y abuelas los sacrificaran, después de haberlos
emborrachado con “coñac” y festejar la cena de Nochebuena,
Las
lavanderas, con el cesto de ropa a la cabeza.
Las
peceras, pregonando —¡Compren peces vivitooos!
El
basurero, con su carro tirado por una mula.
El
heladero anclado al carrito encapotado.
—¡Hay
helados oiga!
El
sereno equipado de un chuzo, vestido con viejo gabán, con ajada gorra visera de
segunda mano sobre la
cabeza (seguramente habría sido de algún guardia municipal).
Y
también el panadero montado en un caballo provisto de unos serones repletos de
panes.
Así
mismo ha desaparecido el “lañaero estañaor”, dedicado a reparar perolas, cazuelas
y utensilios de cocina, a base de soldadura con estaño. Así como su pariente, el
silletero, reparando sillas en la calle. Eran los quincalleros. (Quinquis)
También
en las cafeterías de postín, estaba el cerillero, o vendedor de tabaco, casi
siempre al estraperlo.
El
lechero, era muy típico, ¡de madrugada voceaba.
—
¡Lecheroooo! El gracioso de turno, le contestaba.
—¡Lechero, me cago
en la leche!
La
churrera con vocecita chillona. ¡Churreeeeira!
—¡Y
que me decís del botijero extremeño ¡
¡Con
voz estentórea y acento regional ¡
¡Cántaro,
“Botijgo”! — ¡Botijo finoooo!
Tampoco
escuchamos a las operadoras de telefónica o telefonistas. Para llamar a otra
provincia había que ponerse en contacto con la operadora de la Telefónica
Nacional de España y solicitar la llamada al 009. — ¡Conferencias, buenos días!
Hablaban
con un aprendido y raro “tonillo”, como si tuvieran unas pinzas taponándole la
nariz y voz gangosa, notificando:
—¡Su
conferencia con Santander, tiene una demora de dos horas!
—¡Ajo
y agua!
Posiblemente
las habrían instruido con un cursillo y quedaron todas clonadas.
Jamás
imaginaron el avance tecnológico, con la llegada de los móviles. Si le llegan a
anunciar la llegada del Smartphone, les hubiera dado “el miserere”
¡Ah!
Tampoco está el mielero, pregonando:
—
¡Mielero
Mieeel!
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