sábado, 30 de agosto de 2008

13 EL CAMPO




EL CAMPO
En nosotros, niños de la urbe, era impresionante el efecto que suscitaba el campo. Durante el curso escolar, solamente los jueves, que por la tarde era día de paseo, los PP. Salesianos nos sacaban a las afueras de la ciudad; salíamos hacia la "Media Luna", un descampado solitario, yermo e inerte. Allí corríamos y nos desfogábamos al aire libre, después y ordenadamente en fila de a tres, regresábamos al colegio para asistir a la Bendición, retornando a nuestras casas ya anochecido, un tanto aburridos por la monotonía diaria de la Misa matutina y Bendición vespertina, sabiendo que al día siguiente puntuales había que acudir otra vez a Misa de nueve, so pena de castigo perverso.

Para los que disfrutábamos el privilegio de tener familia en el campo, la cosa cambiaba radicalmente en verano. El campo era para nosotros, lugar donde disfrutar, en el que podíamos correr despreocupadamente entre los árboles atrapando bichos, o renacuajos a la orilla del río, y ver como la cigüeña, iba y venía transportando en su largo pico toda clase de sabandijas para alimentar a su nidada .
En las tardes veraniegas, después del toque de oración, era habitual ver a lo lejos algún que otro caminante, (siempre con su eterno sombrero de paja), regresando de las labores cotidianas, cantando alegremente aquellos cantares de antaño: – ­­¡Por el camino verde! …
También el cura paseaba hacia su casa portando el “llavón” de la Iglesia, el rostro enjuto y grave mirada, alargándole con indiferencia la mano a la chiquillería para darla a besar.

Por San Juan, partíamos presurosos, acompañados de nuestra madre hasta la parada de “La Serrana” –Así figuraba el rótulo en el autocar ("coche") de línea que hacía el recorrido entre Salamanca y Ledesma, parando en todos los pueblos y villorrios que encontraba a su paso.
Allí, en la parada, a modo de estación junto al mercado de San Juan la algarabía era grande. Se juntaban viajeros, acompañantes, recaderos y vendedores de golosinas. ¡Patatita americana!, ¡paquetito de caramelos oiga!...
El cobrador se apresuraba a colocar las maletas en la baca, donde también se acomodaban sobre todo los mozos, viajando al aire libre, como si de aeroplano ultraligero se tratara, marchaban felices, charlando y tarareando coplas, traspasando el viento calentorro de junio.
El viejo autobús subía la cuesta de los pizarrales renqueado con un sonsonete quejumbroso, el cobrador anunciaba las paradas ¡Villamayor!, ¡Valcuevo!, ¡Tesonera!, ¡Zorita! y por último, nuestro destino: Valverdón. La llegada se hacía frente al estanco de "Balta el hojalatero", estaba repleta de jolgorio. Entre saludos, besos y abrazos, la gente voceaba: ¡a ver, esa maleta de cuadros y la cesta de mimbre!
En nombre de Valverdón aparece por primera vez en un documento escrito, el 27 de febrero de 1298, con motivo de un pleito entre el cabildo de la catedral de Salamanca, de una parte, y su arcediano D. Diego y Martín Velasco de la otra, al someter a juicio de varios "maestros de acennas que viesen et julgasen si estas acennas eran acabadas o non".Se trataba de las que estaban junto a Santa Marta.
Entre los maestros aceñeros llamados, aparece (Diego) Mestre de VALVERDÓN, en fecha y año indicados.
El 8 de marzo del mismo año, los maestros declaran que las aceñas en cuestión no estaban terminadas y el arcediano y Martín de Velasco pierden el pleito. En esta ocasión vuelve a aparecer el nombre de Diego, con el título de "maestre de Valverdón", dos veces y con el de "mestre" simplemente, otras dos. Los de Valverdón eran reconocidos como “los aceñeros. ¹

Según interpretación de Ignacio Coca Tamame, Valverdón es un híbrido latino prerromano, cuyo significado alude a 'Valle del río' (Tormes), 'Valle del agua', La presencia de la -d- (dón, Valver-) corresponde probablemente a una etimología popular consistente en relacionar fonéticamente Verdón con el color verde.
Las tierras de Valverdón son tierras de "pan llevar". Tierras destinadas a la siembra de cereales y adecuadas para este cultivo. Algunas de las variedades de trigo cultivadas en la zona son: Candeal, común, chamorro, mocho, pané, etc.
Madoz se refiere a Valverdón como "VALBERDON" y continúa diciendo: Situado al N del río Tormes, el que pasa muy próximo a la población; el clima es frío y las enfermedades comunes las terciarias. Se compone de 54 casas de mediana construcción repartidas en cuatro calles; tiene una escuela de instrucción primaria concurrida por veintisiete niños y una enseñanza de niñas a la que asisten 17: una Igl. Parr. (San Juan Bautista) servida por un cura de primer ascenso y de provisión ordinaria, y un cementerio que en nada perjudica a la salud pública…

Al pasar por Tesonera, mi madre señalaba la “Casilla de Camineros”, afirmando que allí habían vivido sus abuelos.

Al lado de la carretera de Salamanca a Ledesma, a la altura de Mozodiel por el norte, con el río Tormes por el sur y Burrinas del otro lado, cruzada por un regato, entre Villamayor y Zorita, justo al lado de la desaparecida aldea de Rascón, está TESONERA. ²

Según el Diccionario de Madoz, Tesonera depende de Valverdón, juntamente con las alquerías de Riveraverde, Valcuebo, Benavides y Zorita.
Morfológicamente, Tesonera es un derivado, con doble sufijación, de teso.
Desde una perspectiva semántica el microtopónimo hace alusión a 'lugar en el que coinciden varias alturas'.
Mi bisabuelo, Manuel Fraile también estuvo de "Caminero" en la carretera que une Salamanca con Ledesma, teniendo seguramente a su cargo el tramo que une Villamayor con Valverdón, por ese motivo habitaban la "casilla" de Tesonera, de la que ahora no queda piedra sobre piedra.
Estaba situada la casilla a una legua de Villamayor, en dirección a Valverdón, en la zona derecha de la carretera, frente a lo que es hoy la entrada al parque de Valcuevo, que como todos sabéis es propiedad de Caja Duero.
La casilla era el prototipo de casas de camineros en aquella época, con un pozo de agua potable y anexo a la vivienda un corral donde se criaban animales domésticos, como cerdos, gallinas, pavos, conejos…
Como es natural, había también perro y gato, el primero ejerciendo de guardián y el segundo, con la inexcusable misión de exterminar a los roedores indeseados.
Generalmente, todo el mundo que vivía en el campo de aquel tiempo, era autosuficiente.
Sacrificando un gallo o cocinando aquellas patatas de antes, en puchero de barro y lumbre con leña de encina, aliñadas con nobles productos ibéricos, estaba resuelto el yantar del día. Eso sí, para la cena no faltaba la leche migada y los ricos embutidos. Observad, que en muchos restaurantes, a ese modo de cocinar se le denomina hoy; "alta cocina", y en otros "delicatessen".
En la fachada se podía ver el cartel anunciador del "Nitrato de Chile", encabezado por el conocido jinete.
Según información extraída de un estudio de la Universidad Politécnica de Valencia, el cartel del Nitrato de Chile lo pintó Adolfo López-Durán Lozano siendo estudiante de la carrera de arquitectura. Lo que empezó como atención de amigo para aliviar la "economía" de un estudiante, acabó siendo uno de los reclamos más populares en los paisajes españoles.
En los tiempos en que la publicidad estaba en mantillas, se hizo una campaña con gran intuición al colocarlo, no sólo en las primeras casas de muchos pueblos, sino también en casillas de peones camineros, casas de labor, bodegas y almacenes, los cuales se contaban por centenares y estaban repartidos por los parajes más pintorescos y estratégicos.


Hoy he visto vagamente
en el desván del pasado,
varios cofres de besos
que jamás he dado,
y cajas, sin estrenar,
llenas de sueños,
que nunca quise imaginar.

Felipe García Fraile

1. Vid. Adolfo Olivera Sánchez. Separata de ARCHIVO DOMINICANO Tomo XVI. P. 261.
2. Vid. Adolfo Olivera Sánchez. Separata de ARCHIVO DOMINICANO Tomo XIV. El convento de San Esteban y las memorias de Pedro Vidal en Tesonera. P.195

lunes, 25 de agosto de 2008

12 TORMENTA DE VERANO




12 TORMENTA DE VERANO


Era un atardecer de verano, caminaba junto a mi abuela, apresuradamente hacia casa. Una violenta tormenta manchaba el cielo del pueblo con nubes negras, que pasaban como desesperadas. Siempre olía igual cuando se desencadenaba una tormenta; a tierra mojada, olor transportado por el viento desde la lejanía; más bien diría, fragancia a tierra humedecida mezclada con la del poleo, hierbabuena, mejorana, artemisa, correhuela, espliego, manzanilla, romero…
El viento arreciaba silbando y agitando fuertemente los árboles. El paisaje se ensombrecía insensiblemente, con oscuridad apocalíptica.
De pronto, un enorme relámpago seguido del voraz estallido de un gran trueno, nos dejó atónitos en medio de la plaza, la escena era dantesca, apresuradamente entramos en casa despavoridos con el pánico pisándonos los talones.
– Jamás he pasado tanto miedo como el que sufrí aquella tarde. Especialmente después de haber escuchado la historia de que a mi tío Ángel Fraile, un rayo fugaz pasó rozándole y chamuscándole los pantalones a la altura de los tobillos, librándose por los pelos de la tragedia.
Recuerdo, que cerca del caño y sobre un altozano, se ubicaba una caseta desde la que se lanzaban cohetes para disolver las tormentas, después de escuchar los estampidos volvía la tranquilidad y se respiraba el frescor que dejaba el paso de la lluvia.
Yo, que estando a cobijo desaparecía la grima, abría el cajón de los rebojos para darme  un ligero agasajo, y al cerrarlo le atizaba un golpecito al tirador, que permanecía girando como manilla de barquillero.
Veo a la abuela con el abanico, dale que te pego, para mitigar el sofoco ¡Ay, Señor!

Milagro peregrino
que un llanto combinó;
tu canto, como yo,
se cansa de vivir
y rueda sin saber
dónde morir!...
Felipe García Fraile