lunes, 25 de agosto de 2008

12 TORMENTA DE VERANO




12 TORMENTA DE VERANO


Era un atardecer de verano, caminaba junto a mi abuela, apresuradamente hacia casa. Una violenta tormenta manchaba el cielo del pueblo con nubes negras, que pasaban como desesperadas. Siempre olía igual cuando se desencadenaba una tormenta; a tierra mojada, olor transportado por el viento desde la lejanía; más bien diría, fragancia a tierra humedecida mezclada con la del poleo, hierbabuena, mejorana, artemisa, correhuela, espliego, manzanilla, romero…
El viento arreciaba silbando y agitando fuertemente los árboles. El paisaje se ensombrecía insensiblemente, con oscuridad apocalíptica.
De pronto, un enorme relámpago seguido del voraz estallido de un gran trueno, nos dejó atónitos en medio de la plaza, la escena era dantesca, apresuradamente entramos en casa despavoridos con el pánico pisándonos los talones.
– Jamás he pasado tanto miedo como el que sufrí aquella tarde. Especialmente después de haber escuchado la historia de que a mi tío Ángel Fraile, un rayo fugaz pasó rozándole y chamuscándole los pantalones a la altura de los tobillos, librándose por los pelos de la tragedia.
Recuerdo, que cerca del caño y sobre un altozano, se ubicaba una caseta desde la que se lanzaban cohetes para disolver las tormentas, después de escuchar los estampidos volvía la tranquilidad y se respiraba el frescor que dejaba el paso de la lluvia.
Yo, que estando a cobijo desaparecía la grima, abría el cajón de los rebojos para darme  un ligero agasajo, y al cerrarlo le atizaba un golpecito al tirador, que permanecía girando como manilla de barquillero.
Veo a la abuela con el abanico, dale que te pego, para mitigar el sofoco ¡Ay, Señor!

Milagro peregrino
que un llanto combinó;
tu canto, como yo,
se cansa de vivir
y rueda sin saber
dónde morir!...
Felipe García Fraile

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