El HOMBRE QUE MATÓ
A LIBERTY VALANCE.
Contando, estas
historias, no me mueve la necedad de humillar o menoscabar a nadie, sino de
trasmitir a mis nietas y nietos vivencias y situaciones anecdóticas de mi vida.
Siempre en un tono jocoso, sin ironía y sin ánimo de ninguna vejación u ofensa.
En este, nuestro país… ¡Siempre los torpes, se han
reído de la desgracia ajena!
Era,
Afrodisio Carmonita Carentoco, un tipo
bonachón, regente de un supermercado situado en un pueblo; más allá de la
submeseta sur.
Aquel
hombre, padecía una rara afección, que le obligaba al movimiento involuntario
de su brazo derecho. Eso provocaba la risa de algunos pollos tarambanas, mamarrachos,
y botarates niñatos.
Debido
a la dolencia, tenía que sujetarse la mano con la contraria para esconderla en
el bolsillo del pantalón.
Pero
el problema se agravaba al subirse al coche. Le resultaba difícil echarle mano
a la palanca de cambios. Tardaba mucho tiempo en agarrarse a ella, con mucho esfuerzo
y aplomo, después no la soltaba y conducía con una sola mano.
Por
eso entre los necios, se ganó el
apodo del Hombre que mató a Liberty
Valance.
Necio, es la
persona incapaz de realizar un razonamiento ordinario, en muchos casos debido a
su escasa cultura.
También existen algunos
que se creen sabios y practican la profesión de la necedad. Una de las desgracias,
de nuestra plebe.
Había
otro; Honorato Posidio Bailón, muy
amable y servicial, pero sordo como una tapia. Tendero de un pueblecito al sur de la Siberia Extremeña.
Portaba
el hombre, un audífono de enorme petaca niquelada y varios botones, anclado al
oído mediante un cordón trenzado. Tan antiguo era el “sonotone” que parecía de
los tiempos de “Carolo”.
El
artilugio, cuando Honorato hablaba, provocaba un raro eco reiterativo y
zumbador, que aparte de hacer daño en los oídos, se repartía por todo el recinto.
–¡Buenas
tardes, Sr. Posidio!
–¡Buenas!
¡Buenas! ¡Buenas! enas, enas, enas…
–¡Que
calor!
–¡Mucho!
¡Mucho! ¡Mucho! ucho, ucho, ucho …
La
esposa, aparecía por detrás de las cortinas y al bonachón, le requisaba el
aparato.
–
¿Qué le pongo señora?
–
¡Dame cuarto y mitad de azúcar! ¡Con tu marido no me entiendo!
Conocí
a otro sobresaliente, llamado Saturnino
Farandul Genadio.
Este
era gangoso y un día empecinado me decía:
–¡¿Usted
es el arsa!? (Del equipo del Barsa o Barcelona)
–¡No,
yo no! ¿Por qué lo dice?
–¡Or
los olores de la orbata! ¡No é, azul y ojo! (no
ve, azul y rojo).
Aquel
año, la compañía, Planificó una promoción para aumentar las ventas y sorteó
entre todos los clientes de España un Seat 124. Vehículo caro, puntero y de
moda en aquellos tiempos.
¡Eureka!
¡Le toco a Saturnino!
Increíblemente,
le amarró una reja a la trasera y se fue a arar unas tierras.
–De
tanto roturar, ya me diréis…
¡El
precursor del tractor amarillo!
En todos estos relatos, basados en escenarios de hace 50 años,
los nombres y situaciones son en sentido figurado, para no herir la susceptibilidad
de los que se sientan identificados con estas historias.
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