UNA
HISTORIA DE LA CASA CUNA
Conozco
desde hace tiempo a un tal “Peter”, ya jubilado, paseante, acompañado de un chucho
viejo y que tiene un hijo “murciélago”
anarquista.
Tuvo
la desgracia de ser expósito. Pasó su niñez y primera juventud en la inclusa, seguramente
hasta que alcanzó la edad laboral, ejerciendo después como oficial de
cerrajería.
Charlando
un día con él junto a la barra de una tasca, me contó una historieta graciosa.
Al
parecer, en el hospicio, tenían un dormitorio enorme de 40 o 50 camas, en el
que dormían todos los asilados juntos, igual que en un viejo sanatorio del
principio del siglo XX.
Como
todos eran unos críos y le gustaba la “jarana”, el director ponía de vigilante
al de más edad. (Hasta que todos estuvieran dormidos).
Lo
llamaban “RAO”, diminutivo de “Venerao”. Su nombre era el de Venerado,
–Pero…
Al
parecer este hombre era un poco retrasado mental; mirándolo bien, era tonto, lo
que se dice, un melón, pero no uno cualquiera, sino un zoquete conspicuo.
También,
entre los chicos había un sordomudo, juguete y pitorreo de los demás chavales,
(para agravar su desgracia).
Jóvenes
desvalidos, tristes, llenos de miseria, desnutridos, maltratados, castigados severamente
sin motivo y dejados todos de la mano de Dios.
Cuando
“El Rao” apagaba la luz y ordenaba silencio, algún bromista daba unos cuantos
gritos, con el consiguiente regodeo de todos.
–¿Quién
ha sido? –Voceaba “El Rao”, con la vara amenazante en la mano y encendiendo la
luz.
– ¡El mudo! ¡Ha sido el mudo! –Clamaban los traviesos con gran jolgorio.
– ¡El mudo! ¡Ha sido el mudo! –Clamaban los traviesos con gran jolgorio.
El
pobre sordomudo, ya dormido, se despertaba a base de una serie de varazos y alaridos
del “tonto”. Sin saber a qué venía el flagelo.
De
la bronca, no se enteraba, el pobre.
Dormitorio de niños del Hospicio
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