domingo, 29 de abril de 2018

37 AMIGOS DE MOCEDAD


Como todo el mundo, yo tuve varios amigos, unos muy cultos, otros menos, e incluso otros incultos.

— ¡De todo un poco!

Porque yo creo que estoy capacitado para llevarme bien con todo el mundo. — Salvo con los membrillos.

Algunos de ellos, ya se han ido al patatal y otros siguen aguantando conmigo estoicamente los avatares de la vida.

Uno de ellos, de los más alocados, de cuyo nombre no quiero recalentarme los cascos.

En su juventud, primeramente, fue guarda de parques y jardines. Vestía uniforme estilo dibujo de Mingote. Sombrero gris de ala ancha, botas de media caña, tahalí, pantalón bombacho y guerrera de gran solapa roja.

Después ejerció como empleado de ayuntamiento. En su tiempo libre trabajó en el mercado como estibador de camiones, lo cual le proporciono mucha fuerza y vigor, debido al trasiego de cajas y bultos pesados. Tanto es así, que exhibía su fuerza en eventos y reuniones, cogiendo en brazos a las señoras junto con la silla en la que estaban sentadas.

— ¡Para dar la nota!

Al fumarse la tabacalera casi entera, cierto día, el médico le recomendó no fumar cigarrillos.

Como lo interpretó mal, se dio al vicio de los puros, (más bien tagarninas) fumándose 17 todos los días.

Por segunda vez, el médico lo llamo loco.

Como la cosa no pintaba bien con el tabaco, se dio a la afición cervecera, trasegando 6 litros del líquido alcohólico todos los días. Hasta que la sabia naturaleza le pasó factura, avisándole con un ataque. Se libró por los pelos de la partida hacia el averno.

Ahora, con las restricciones prescritas, ha cambiado de vicio, puesto que la recomendación es comer alimentos no azucarados. Desayuna un tazón de leche migada con un kilo de galletas y repite lo mismo en la merienda.   — ¡Eso sí! ¡Sin azúcar!

¡Que Dios lo coja confesado!



Dentro de esta fauna de amigos que tuve, había uno; V. M., q.e.p.d. Muy inteligente y bastante ilustrado. Como se tomaba la vida en tono jocoso, recuerdo que cuando los domingos le pedía la paga a su madre, lo hacía al estilo gánster. Con el cuello del abrigo subido, sacaba del bolsillo interior una pistola de agua pintada de negro, intimidando a la “mujerita”, — ¡La Pasta!

La mujer, amedrentada, sacaba el monedero sin más dilación.

Supo vivir la vida de forma agradable, complaciendo a todos sus amigos y allegados.

Para él, mi grato recuerdo.


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