FAUNA DE VILLANOS
Me ha venido a la memoria una historia que hace tiempo, me contó un
subdiácono secularizado, dejándome un tanto intrigado y dubitativo. Lo que tenga de verídico esta leyenda, no lo
sé. Pero estoy por apostar de su total autenticidad.
En honor a la verdad, no me resisto a describírosla.
Al parecer, estos acontecimientos ocurrieron hace más de sesenta años,
por la década de los cincuenta del pasado siglo,
—¡Que ya ha llovido!
Estoy seguro de que, por lógica, algunos de los protagonistas se habrán
ido a plantar rábanos al otro barrio y otros, cabe la posibilidad, que estarán
en primera fila de la guadaña, esperando su danza macabra.
Bién es cierto, que todos los niños de aquellos años eran castigados sin
motivo, atemorizados y extremadamente disciplinados. Al parecer, para aminorar
su hipotética mala conducta.
Según me lo dijo el relator, entre todos estos, había uno, todavía vivo, del
que no me quiso decir su nombre y llamó “Claudito”, en sentido figurado.
Para su edad, era un chico muy avispado e inteligente, aparte de estar harto de leche en polvo y queso amarillo, procedente de la ayuda americana, que
nos regaló el presidente Eisenhower, en el año 1953, a cambio de instalar en España
bases militares. También tenía hartazgo de labores no correspondientes con su
edad, cosa habitual entonces, para disgusto de los niños de la época.
—¡La sociedad de la obediencia!
—¡Me pregunto yo!
—¿Cómo es posible
que la gente de esa época no tuviera cerebro para darse cuenta de las acciones
de maltrato y explotación infantil?
Pero dejemos esto, que es otra historia, y vayamos a lo que íbamos.
Claudito, de constitución delgaducha, siendo un niño, le obligaban en el
verano a ejercer de lazarillo con un clérigo, sustituto de otro, consanguíneo
suyo y colega del anterior.
Este, autoritario y mandón, tenía asignadas dos pedanías anexas a un pueblo
principal, que a duras penas aparecen en el mapa. No había carreteras, se
accedía a través de caminos rurales, que el niño, debería de conocer por
decreto, aunque nunca los hubiera visto ni en el atlas.
Diariamente, tenía que dirigir al cabreado abate, bajo un sol de
justicia, hacia los lugares, donde oficiaba el culto.
Cabreado estaba, el abate, porque Claudito, en un principio desconocía la
senda y, al no ejercer de pitoniso, tenía que averiguarlo a base de interrogar
a los solitarios pastores. El muchachito, no debería de ser muy torpe, puesto
que aparte de tener el don de la palabra y de comunicarse adecuadamente, (cosa no
implícita en el “coco” del presbítero) también, se sabía la misa en latín de
cabo a rabo. Para mayor turbación del bendito.
Otro clérigo, cura párroco del pueblo principal, obligó a todos los
chavales a trabajar cavando y transportando a lomo la tierra de un pozo negro
que se le antojó construir para hacerse unas letrinas.
Claudito el canijo tuvo que obedecer, a modo de un niño obrero, sin
salario. (Mano de obra barata).
Por mandato imperativo y exigente; madrugó, trabajó, se deslomó, aguantando
estoicamente la labor extenuante, además de soportar sus únicas y martirizantes
sandalias pardas, de duro y cruel “box-calf” que no crecían al compás de sus desventurados
pies.
Esto, hoy, sería calificado y castigado, como abuso ilegal y maltrato.
Todas esas acciones, ejercían un impacto negativo en los niños.
Este relato, parecido a cuento
novelesco, no puedo dudar de que ocurriera en aquellos años de “Maricastaña”,
puesto que el que me lo contó no es persona tremendista.
—¡Ciertamente!
—Muchos curas y monjas castigaron severamente a los niños y niñas, durante
considerable tiempo, generalmente sin motivo importante. Con sadismo en muchos
casos.
Particularmente, vi a uno, que, sonriendo, y valiéndose de una llave
antigua, le sacudía golpes en la cabeza a los niños de un asilo gobernado por
él.
Hay que señalar, en honor a la verdad, que también hubo curas buenos,
bondadosos, con humanidad y bienhechores ¡Y los hay!
Al parecer, algunos años más
tarde, el allegado clérigo, perdió la vocación y abandonó su Congregación. Disipándose
también la fama y credibilidad que le había caracterizado.
En la primera mitad del siglo XX, los que destacaban en las escuelas de los
pueblos, eran enviados a los seminarios y a los institutos, mediante una beca
de estudios, que le otorgaba la generosidad del régimen. Cosa que nunca se
dijo, sino que eran de la justicia social. Esa justicia solamente el gobierno de
Franco la llevó a cabo.
Más tarde, una mayoría de los curas abandonaban al no tener vocación y
haber conseguido de balde una carrera de enseñanza y un futuro.
—¡El pasado, no puede permanecer enterrado y olvidado eternamente!
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