viernes, 6 de junio de 2008

6 EL HUERTO FAMILIAR








EL HUERTO FAMILIAR
Muy característico en los años de posguerra era el huerto familiar, creados para garantizar la paz social, paliar el grave problema de la hambruna y mesocratizar a los trabajadores, Franco apoyó los huertos familiares, que en aquella España negra y atrasada fruto de la guerra civil, servían para un mayor desahogo económico de las familias.
En 1957 el Instituto Nacional de colonización había gastado tan solo ochenta millones de pesetas en estos menesteres. Las únicas zonas en las que realmente se había hecho algún esfuerzo fueron Ávila y Salamanca, donde se repartieron unos 600 huertos de secano y unos 5000 de regadío , con superficies de 4000 y 1200 m.2 respectivamente.
Poco a poco, a partir de los años sesenta el asunto fue languideciendo y los huertos familiares desaparecieron como por encanto.

¿Lo recordáis Frailes? por aquel entonces circulaba una copla que todo el mundo canturreaba al son del trajín cotidiano.

Decía que tenía
un huerto familiar
y luego no tenía,
ni agua “pa” regar
.

¡Hoy daremos un paseo hasta el huerto!, iremos por el camino Perdigueros.
“Camino Perdigueros”, “Lantanica”, “las Cárcavas”, “el Caño”, “el Batán”, “el huerto de Piriri”, “el tío Peñausende”, “el tonto Mayalde”, “la tía Benita”, “el Codín”, el Huevero”, “Zuli Zuli”…. ¡Que nombres!.
( Estos nombres de lugares, pertenecen a la microtoponimia de Zorita. Son nombres y apodos que se han trasmitido de boca en boca desde tiempo inmemorial).

En aquel huerto recoleto se ubicaba un pozo del que se lograba sacar agua mediante una bomba manual o “chupón” y que con movimientos monótonos y vigorosos, se iba llenando un pilón que cumplía la misión de refrescarnos tanto a las lechugas como a la chiquillería, que alborozadamente en aquellas tardes estivales nos deleitábamos dándonos unos chapuzones, como si de piscina olímpica se tratara.
Una de aquellas tardes calurosas que acompañaba yo a mi abuela para cumplir con las labores de la horticultura, se cruzó con nosotros un mozalbete vecino del pueblo, este llevaba un “siete” en la culera de los pantalones, cosa habitual en aquel tiempo. Mi abuela que se caracterizaba por su buen humor, no se resistió a recitarle al mozo la siguiente copla:

—Bartolillo barre barre,
madre no quiero barrer,
tengo los calzones rotos
y el culillo se me ve.—


A lo que el mozalbete un poco turbado, puso tierra de por medio, desapareciendo como por encanto de nuestra vista.

Perennes en mi memoria están aquellos veranos vacacionales que pasé en Valverdón, donde disfruté de mis abuelos, – ¡tuve la suerte de tener abuelos!– del río, del huerto familiar, del pisto y de la naturaleza. Y como dice el poema:
He visto a la luna buena besando el cañaveral.

Si os lo proponéis, vosotros mismos podéis preparar el pisto que hacía mi abuela. ¡Me sorprendo yo con las fórmulas que utilizan los cocineros famosos! Ni ellos mismos se atreven a probar sus brebajes. Lo exquisito ya lo descubrieron nuestras abuelas con su ingenio, recurriendo a productos naturales con la forzada sabiduría de la necesidad y la escasez de aquellos años. El abuelo decía: –¡Vale tanto para un roto, como para un descosido!–.
Mi abuelo era un hombre de temple, capaz de arar una yugada de tierra en un día. Sí, en un día. Ciertamente se puede aplicar el dicho de trabajar de sol, a sol.
¡No creáis Frailes, que una yugada de tierra es cualquier cosa! Equivale a 50 fanegas, algo más de 32 hectáreas, ¡que no es moco de pavo!, diría un castizo.
¡Como presagiaba el tiempo! con una precisión certera, tenía una sensatez y un saber adquirido en el bregar de la vida. Cierro los ojos y siento el orgullo de haber tenido a mis ancestros.
Bien: en otro momento hablaremos de esto, pues ahora no me resisto a instruiros en la receta del pisto.
!Ahí va¡ Coged un kilo de calabacines pelados y troceados, cocerlos hasta que suelten el agua y escurrir. Pochar una cebolla troceada, en aceite de oliva fino, seguidamente añadir un tomate y pimiento cortados amorosamente en juliana, pimentón y cuarto de kilo de bacalao desmigajado, dejarlo cocer lentamente y al final añadir el calabacín escalfando un huevo. Salar al gusto.
¡Bigardos! Hacerlo y recuperareis la memoria del sabor.

Estos son solo recuerdos, recuerdos míos, solo míos, solo recuerdos. Solo capítulos de mi vida. Los años pasan y no queda nadie, no queda nada. Yo tampoco estaré algún día. Veo como la vida va pasando y veo a mi madre, veo a la gente que ha dejado huella. Huella en mis ojos, en mi memoria y en mis adentros. Recuerdos clavados en mi mente hasta mi último grito.
Tengo el pelo completamente blanco, pero voy a sacar el jugo de mi pasado, de mis labios están brotando voces y de mis ojos está brotando llanto.


El recuerdo es el único paraíso del cual no podemos ser expulsados.

2 comentarios:

Raquel dijo...

Algún día me gustaría llegar a ser como tú o por lo menos emularte. Llevo toda mi vida junto a ti y aun me sigues sorprendiendo. Lo que estás haciendo creando este blog es un gran regalo para todos los que te conocemos y formamos parte de ti, de tu vida. Sigue haciéndolo, sigue contándonos tus historias, tus recuerdos porque de verdad nos emocionan y nos gustan. Me encantaría que algún día Alba pudiera leerlos y recordara a sus abuelos como yo recuerdo a los míos o tú a los tuyos. Muchas veces volver atrás y recordar momentos de nuestra vida nos emociona y nos hace derramar lágrimas, pero también de alguna manera nos recompensa sentir todo aquello por lo que volveríamos a nacer en el mismo lugar, rodeados de la misma gente y reviviendo aquellos años tan maravillosos.
Te quiero
Raquel

Benito Blanco dijo...

Leyendo a Felipe, resulta fácil imaginar al chiquillo que supo captar con sensibilidad cuanto le rodeaba, para ya de mayor, devolvernos en forma de nostalgia sus mejores recuerdos, que para los más cercanos, también son nuestros. Con una maestría que le cuesta reconocer, consigue con sus relatos que la emoción acuda a nosotros, cuando no es la sonrisa la que nos despierta la desenvoltura de los momentos que evoca. Escritor honesto donde los haya, que no en vano se ha forjado en el sacrificio, se acerca a sus personajes con el respeto y cariño que siempre ha cultivado como norte de su vida y a uno le transporta a otros tiempos, a otras vidas, a otras felicidades o desgracias que con él ha compartido. No dejes de escribir, porque en este mundo de incomprensiones y egoismos, necesitamos de tu aliento, de tu cercanía. Leyendo a Raquel te debes de sentir feliz, porque no cabe mayor satisfacción que aquella que supone saber que Alba, de la mano de su madre, tan pronto aprenda a leer, te escuchará y, sobre todo, sentirá como todos nosotros, el orgullo de ser de los tuyos. Un abrazo.